martes, 5 de marzo de 2013

JENOFANES



Según los testimonios de Platón (Sof., 242 d) y de Aristóteles (Met., I, 5,
986 b, 21), la orientación propia de la escuela eleática fue iniciada por
Jenófanes de Colofón, quien fue el primero en afirmar la unidad del ser.
Estos testimonios se han interpretado en el sentido de que Jenófanes había
fundado la escuela eleática; pero esta interpretación sobrepasa con mucho el
significado de aquellos testimonios y es poco probable. El mismo Jenófanes
nos dice (fr. 8, Diels), en una poesía compuesta a los 92 años, que hacía ya
67 que recorría de un extremo a otro las tierras de Grecia; y esta vida
errante es poco conciliable con un domicilio estable en Elea, donde habría
fundado la escuela. La única prueba de su permanencia en Elea es una
anécdota que cuenta Aristóteles (Ret., II, 26, 1400 b, 5): a los eleatas que le
preguntaban si debían ofrecer sacrificios y lágrimas a Leucotea, Jenófanes
habría contestado: "Si la creéis una diosa, no debéis llorarla; si no la creéis
tal, no debéis ofrecerle sacrificios". Tenemos también noticia de un largo
poema en hexámetros que Jenófanes habría escrito acerca de la fundación
de la ciudad; pero todo esto no demuestra su estancia y la institución de una
escuela en Elea. Tampoco es cierto que hubiera ejercido la profesión de
rapsoda. Cierto es que escribió en hexámetros y compuso elegías y yambos
(σίλλοι) contra Homero y Hesíodo. Resulta improbable, en fin, que
Jenófanes hubiera escrito un poema filosófico, del cual no se tiene noticia.
El punto de partida de Jenófanes es una resuelta crítica del
antropomorfismo religioso, tal como se revela en las creencias comunes de
los griegos y tal como se encuentra también en Homero y en Hesíodo. "Los
hombres, dice, creen que los dioses han tenido nacimiento y poseen voz y
cuerpo semejante al nuestro" (fr. 14, Diels). Por esto los etíopes hacen a sus
dioses chatos y negros, los tracios dicen que tienen ojos azules y cabellos
rojos; también los bueyes, los caballos y los leones, si pudieran, imaginarían
sus dioses a su semejanza (fr. 16, 15). Los poetas han fomentado esta
creencia. Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses incluso lo que es
objeto de vergüenza y de reprobación entre los hombres: robos, adulterios y
engaños recíprocos. En realidad, no hay más que una divinidad "que no se
parece a los hombres ni en el cuerpo ni en el pensamiento" (fr. 23). Esta
única divinidad se identifica con el universo, es un dios-todo y posee el
atributo de la eternidad: no nace, no muere y es siempre la misma. En
efecto, si naciese, eso significaría que antes no era; y lo que no es, tampoco
puede nacer ni dar nacimiento a nada.
Jenófanes afirma en forma teológica la unidad y la inmutabilidad del
universo. Pero esta unidad le parece difícil de ser comprendida y que sólo
puede ser entendida después de una larga búsqueda. "Desde el principio los
dioses no lo han revelado todo a los hombres, sino sólo buscando éstos, con
el tiempo encuentran lo mejor" (fr. 18). Es el reconocimiento explícito de
la filosofía como investigación.
En Jenófanes se encuentran también indicios de investigaciones físicas:
considera que todas las cosas, e incluso el hombre, están formadas de
tierra y agua (fragmentos 29, 33); que de la tierra todo procede y todo
vuelve a la tierra; pero estos elementos, de un grosero materialismo, no
ligan bien con su principio fundamental. Es notable cierto aspecto de su
obra de poeta; su crítica de la virtud agonística de los vencedores en los
juegos, que en tan alta estima tenían Jos griegos, y su afirmación de la
superioridad de la sabiduría: "No es justo anteponer a la sabiduría la sola
fuerza corporal", dice (fr. 1). Aquí a la virtud fundada en la robustez
física se contrapone la virtud puramente espiritual del sabio.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, Horas S.A, 1994.

ESCUELA ELEATICA



La escuela jonia no había aceptado el devenir del mundo, que se
manifiesta en el nacer, perecer y mudar de las cosas, como un hecho ultimo
y definitivo, porque había procurado encontrar, más allá del devenir, la
unidad y la permanencia de la sustancia. No había negado, sin embargo, la
realidad del devenir. Tal negación es obra de la escuela eleática, que reduce
el devenir mismo a simple apariencia y afirma que sólo la sustancia es
verdaderamente. Por primera vez, con la escuela eleática, la sustancia se
convierte por sí misma en principio metafísico: por primera vez, se la define
no como elemento corpóreo o como número, sino sólo como sustancia,
como permanencia y necesidad del ser en cuanto tal. El carácter normativo
que ya revestía la sustancia en la especulación de Anaximandro, que veía en
ella una ley cósmica de justicia, carácter que los pitagóricos habían
expresado mediante el principio de que el número es el modelo de las cosas,
se toma como la definición misma de la sustancia por Parménides y por sus
secuaces. Para éstos la sustancia es el ser que es y debe ser: es el ser en su
necesidad normativa, en su unidad e inmutabilidad, que hace de él el único
objeto del pensamiento, el único término de la investigación filosófica. El
principio del eleatismo marca una etapa decisiva en la historia de la filosofía.
Presupone indudablemente la investigación cosmológica de los jonios y de
los pitagóricos, pero la libra de su supuesto naturalístico y la lleva por
primera vez al plano ontológico en el cual habían de enraizarse los sistemas
de Platón y de Aristóteles.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.

PITAGORAS



La tradición ha complicado con tantos elementos legendarios la figura de
Pitágoras, que resulta difícil diseñarla en su realidad histórica. Las
indicaciones de Aristóteles se limitan a pocas y simples doctrinas, referidas
en la mayoría de los casos no a Pitágoras, sino en general a los pitagóricos; y
si la tradición se acrecienta a medida que se aleja en el tiempo del Pitágoras
histórico, esto es signo evidente de que se enriquece con elementos
legendarios y ficticios, que poco o nada tienen de histórico.
Hijo de Mnesarco, Pitágoras nació en Samos, probablemente en el 571-70,
fue a Italia en el 532-31 y murió en el 497-96 a. de J. C. Se dice que fue
discípulo de Ferécides de Siro y de Anaximandro y que viajó por Egipto y por
los países de Oriente. Lo que hay de cierto es que de Samos emigró a la Magna
Grecia y se domicilió en Crotona, en donde fundó una escuela que fue también
asociación religiosa y política. La leyenda representa a Pitágoras como profeta
y obrador de milagros; su doctrina le habría sido transmitida directamente por
su dios protector, Apolo, por boca de la sacerdotisa de Delfos, Temistoclea
(Aristóxeno, en Diog. Laer., V I I I , 21).
Es muy probable que Pitágoras no haya escrito nada. Aristóteles, en efecto,
no conoce ningún escrito suyo; y la afirmación de Jámblico (Vida de Pit., 199)
de que los escritos de los primeros pitagóricos hasta Filolao se habrían
conservado como secreto de la escuela, no tiene valor más que como prueba del
hecho de que aún más tarde no se poseían escritos auténticos de pitagóricos
anteriores a Filolao. Esto sentado, es muy difícil dilucidar en el pitagorismo la
parte que corresponde a su fundador. Sólo una doctrina se le puede atribuir
con absoluta certidumbre: la de la supervivencia del alma después de la muerte
y su transmigración a otros cuerpos. Según esta doctrina, que Platón (Gorg.,
493 a) se apropió, el cuerpo es una cárcel para el alma, que la divinidad na
encerrado ahí como castigo. Mientras el alma se encuentra en el cuerpo, tiene
necesidad del mismo, pues sólo por medio de éste puede sentir; pero cuando
está fuera de él, vive una vida incorpórea en un mundo superior. El alma vuelve
a esa vida, si se purifica durante la vida corpórea; en caso contrario, vuelve
después de la muerte a la cadena de las transmigraciones.



BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994

ESCUELA PITAGORICA



La escuela de Pitágoras fue una asociación religiosa y política, ademas de
filosófica. Parece que la admisión en la sociedad estuvo subordinada a pruebas
rigurosas y a la observancia de un silencio de varios años. Era necesario
abstenerse de ciertos alimentos (carne, habas) y observar el celibato.
Además, en los grados más altos de los pitagóricos vivían en completa
comunidad de bienes. Pero hay poco fundamento histórico para todas estas
noticias. Muy probablemente el pitagorismo fue una de tantas sectas que
celebraban misterios a cuyos iniciados se imponía una cierta disciplina y
ciertas reglas de abstinencia, que no debían ser pesadas. El carácter político
de la secta determinó su ruina. Contra el gobierno aristocrático, tradicional
en las ciudades griegas de Italia meridional, al cual prestaban su apoyo los
pitagóricos, se produjo un movimiento democrático que provocó
revoluciones y tumultos. Los pitagóricos fueron objeto de persecución: las
sedes de su escuela fueron incendiadas, ellos mismos fueron muertos o
huyeron; y sólo tiempo después los desterrados pudieron volver a la patria.
Es probable que Pitágoras se viese precisamente obligado por tales
movimientos insurreccionales, a dejar Crotona para irse a Metaponto.
Después de la dispersión de las comunidades itálicas se tiene noticia de
filósofos pitagóricos fuera de la Magna Grecia. El primero es Filolao,
contemporáneo de Sócrates y Demócrito, qué vivió en Tebas en los últimos
decenios del siglo V. En el mismo período sitúa Platón a Timeo de Locris,
de quien no estamos seguros siquiera de que sea un personaje histórico. En
la segunda mitad del siglo IV, el pitagorismo alcanzó nueva importancia
política, gracias a Arquitas, señor de Tarento, de quien fue huésped Platón
durante su viaje por la Magna Grecia. Después de Arquitas, la filosofía
pitagórica parece haberse extinguido, incluso en Italia. Se adscribe al
pitagorismo, aunque no haya sido (como algunos dicen) discípulo de
Pitágoras, el médico de Crotona, Alcmeón, quien repite algunas de las
doctrinas típicas del pitagorismo; pero es notable sobre todo por haber
señalado el cerebro como órgano de la vida espiritual del hombre.
La doctrina de los pitagóricos tenía esencialmente carácter religioso.
Pitágoras se presenta como el depositario de una sabiduría que la divinidad
le ha transmitido; a esta sabiduría sus discípulos no podían aportar ninguna
modificación, antes bien debían permanecer fieles a la palabra del maestro
(ipse dixit). Estaban, además, obligados a mantener el secreto y por esto la
escuela se envolvía en misterios y en símbolos que velaban ante los profanos
el significado de su doctrina.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994




lunes, 4 de marzo de 2013

ANAXIMENES



Anaximenes de Mileto, más joven que Anaximandro y quizá discípulo
suyo, floreció hacia el 546-45 y murió hacia el 528-25 (63.a Olimpiada). Al
igual que Tales, reconoce como principio una materia determinada, que es el
aire; pero a esta materia atribuye los caracteres del principio de
Anaximandro: la infinitud y el movimiento perpetuo. También veía en el
aire la fuerza que anima el mundo: "Tal como nuestra alma, que es aire, nos
sostiene, así el soplo y el aire circundan al mundo entero" (fr. 2, Diels). El
mundo es como un gigantesco animal que respira: y su aliento es su vida y
su alma. Del aire nacen todas las cosas que hay, que fueron y que serán,
incluso los dioses y las cosas divinas. El aire es principio de movimiento y de
toda mutación. Anaximenes llega a decirnos incluso de qué modo el aire
determina la transformación de las cosas: se trata del doble proceso de la
rarefacción y de la condensación. Al enrarecerse, el aire se vuelve fuego; al
condensarse se hace viento, después nube y, volviéndose a condensar, agua,
tierra y luego piedra. También el calor y el frío se deben al mismo proceso:
la condensación produce el frío, la rarefacción, el calor.
Como Anaximandro, Anaximenes admite el devenir cíclico del mundo; de
ahí su disolución periódica en el principio originario y su periódica
regeneración a partir del mismo.
Posteriormente la doctrina de Anaximenes fue sostenida por Diógenes de
Apolonia, contemporáneo de Anaxágoras. La acción que Anaxágoras
atribuía a la inteligencia la atribuyó Diógenes al aire, que todo lo penetra y
como alma y soplo (pneuma) crea la vida, el movimiento y el pensamiento
en los animales. Por eso, según Diógenes, el aire es increado, luminoso,
inteligente, lo ordena y domina todo.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.

ANAXIMANDRO



Conciudadano y contemporáneo de Tales, Anaximandro nació en el
610-9 (tenía 64 años cuando descubrió la oblicuidad del Zodíaco en el
547-46). También fue político y astrónomo. Es el primer autor de escritos
filosóficos de Grecia; su obra en prosa Acerca de la naturaleza señala una
etapa notable de la especulación cosmológica entre los jonios. Usó por
primera vez el nombre de principio (arché) para referirse a la sustancia
única; y encontró tal principio no en el agua o en el aire o en otro elemento
determinado, sino en el infinito (ápeiron) o sea en la cantidad infinita de materia, de la
 cual se originan todas las cosas y en la cual todas se disuelven,
cuando termina el ciclo que tienen impuesto por una ley necesaria. Este
principio infinito abraza y gobierna a todas las cosas; por su parte es
inmortal e indestructible y, por lo tanto, divino. No lo concibe como una
mezcla (migma) de los distintos elementos en la cual esté cada uno
comprendido con sus cualidades peculiares, sino más bien como materia en
que aún no se han diferenciado los elementos y que, así, además de infinita
es indefinida (aóriston) (Diels, A 9 a).
Estas precisiones constituyen ya un enriquecimiento y un desarrollo de la
cosmología de Tales. En primer lugar, el carácter indeterminado de la
sustancia primordial, no identificada con ninguno de los elementos
corpóreos, a la vez que permite comprender mejor la derivación de éstos
como otras tantas especificaciones y determinaciones de aquélla, la priva de
todo carácter de verdadera y propia corporeidad, convirtiéndola en una pura
masa cuantitativa o espacial. Estando de hecho ligada la corporeidad al
carácter determinado de los elementos particulares, el ápeiron no puede
distinguirse de ellos sino por estar privado de las determinaciones que
constituyen la corporeidad sensible de los mismos y, así, porque se reduce al
infinito espacial. Aunque no pueda encontrarse en Anaximandro el
concepto de espacio incorpóreo, la indeterminación del ápeiron, al reducirlo
a la espacialidad, lo convierte necesariamente en un cuerpo determinado
solamente por su magnitud espacial. Tal magnitud es infinita y, como tal, lo
abarca y lo gobierna todo (Diels, A 15). Estas determinaciones y sobre todo
la primera, hacen del ápeiron una realidad distinta del mundo y
trascendente: lo que abarca está siempre fuera y más allá de lo que resulta
abarcado, aunque en relación con ello. Así pues, el principio que
Anaximandro establece como sustancia originaria merece el nombre de
"divino". Las propias exigencias de la explicación naturalista conducen a
Anaximandro a una primera elaboración filosófica de lo trascendente y lo
divino, sustrayéndolo por primera vez a la superstición y al mito. Mas el
infinito es también lo que gobierna al mundo: no es, pues, sólo la sustancia
sino también la ley del mundo.
Anaximandro es el primero en plantearse el problema del proceso a través
del cual las cosas se derivan de la sustancia primordial. Tal proceso es la
separación. La sustancia infinita está animada por un movimiento eterno, en
virtud del cual se separan de ella los contrarios: cálido y frío, seco y
húmedo, etc. Por medio de esta separación se engendran infinitos mundos,
que se suceden según un ciclo eterno. Cada uno de ellos tiene señalado el
tiempo de su nacimiento, de su duración y de su fin. "Todos los seres deben
pagarse unos a otros la pena de su injusticia según el orden del tiempo" (fr.
1, Diels). Aquí la ley de justicia que Solón consideraba predominante en el
mundo humano, ley que castiga la prevaricación y la prepotencia, se
convierte en ley cósmica, ley que regula el nacimiento y la muerte de los
mundos. Pero ¿cuál es la injusticia que todos los seres cometen y que todos
deben expiar? Evidentemente, se debe a la constitución misma y, así, al
nacimiento de los seres, ya que ninguno de ellos puede evitarla, así como no
puede sustraerse a la pena. El nacimiento es, como se ha visto, la separación
de los seres de la sustancia infinita. Evidentemente, tal separación equivale a
la rotura de la unidad, que es propia del infinito; es la infiltración de la
diversidad, y por tanto del contraste, donde había homogeneidad y
armonía. Pues con la separación se determina la condición propia de los
seres finitos: múltiples, distintos y opuestos entre sí, inevitablemente
destinados, por ello, a expiar con la muerte su propio nacimiento y a volver
a la unidad.
A pesar de los siglos y de la escasez de las noticias que nos han llegado,
todavía podemos darnos cuenta, por estos vestigios, de la grandeza de la
personalidad filosófica de Anaximandro. Fundamentó la unidad del mundo
no sólo en la de su sustancia, sino también en la unidad de la ley que lo
gobierna. Y en esta ley no ha visto una necesidad ciega, sino una norma de
justicia. La unidad del problema cosmológico con el humano está aquí
latente: Heráclito la sacará a la luz del día.
Mientras tanto, la misma naturaleza de la sustancia primordial conduce a
Anaximandro a admitir una infinidad de mundos. Se ha visto que infinitos
mundos se suceden según un ciclo eterno; mas ¿son los mundos también
infinitos contemporáneamente en el espacio o sólo sucesivamente en el
tiempo? Un testimonio de Aecio cuenta a Anaximandro entre los que
admiten innumerables mundos que circundan por todos lados el que
nosotros habitamos; y hay un testimonio análogo en Simplicio, que pone
junto a Anaximandro a Leucipo, Demócrito y Epicuro (Diels, A 17).
Cicerón (De nat. deor., I, 10, 25), copiando a Filodemo, autor de un tratado
sobre la religión hallado en Herculano, dice: "Era opinión de Anaximandro
que hay divinidades que nacen, crecen y mueren a largos intervalos y que
tales divinidades son mundos innumerables." En realidad es difícil negar que
Anaximandro haya admitido una infinidad de mundos en el espacio. Puesto
que, si el infinito abarca todos los mundos, debe pensarse que, con ello, no
sólo alcanza más allá de un único mundo sino también de otros y otros más.
Solamente en relación con infinitos mundos puede concebirse la infinitud de
la sustancia primordial, que lo abraza y trasciende todo.
Anaximandro tuvo un modo original de considerar la forma de la tierra:
es un cilindro que gravita en medio del mundo sin sostenerse en ningún sitio
porque, hallándose a igual distancia de todas partes, no es empujado a
moverse por ninguna de ellas. Respecto a los hombres, no se trata de seres
originarios de la naturaleza. En efecto, no pueden alimentarse por sí mismos
y, por tanto, no hubieran podido sobrevivir, si desde el comienzo hubieran
nacido tal como nacen ahora. Han debido, pues, originarse a partir de otros
animales. Nacieron dentro de los peces y después de haber sido alimentados,
al ser ya capaces de protegerse por sí mismos, fueron expulsados y pisaron
tierra. Teorías extrañas y primitivas que, sin embargo, muestran de la
manera más decisiva la exigencia de hallar una explicación puramente
naturalista del mundo y la de atenerse a los datos de la experiencia.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.



TALES DE MILETO




El fundador de la escuela jónica es Tales de Mileto, contemporáneo de
Solón y de Creso. Su acmé, o sea su florecimiento se sitúa hacia el año 585
antes de J. C., de ahí que su nacimiento deba remontarse al 624-23; su
muerte se hace coincidir con el 546-45.
Tales fue político, astrónomo, matemático y físico además de filósofo.
Como político impulsó a los griegos de Jonia, como relata Herodoto (I,
170), a unirse en un estado federal con capital en Teos. Como astrónomo
predijo un eclipse solar (probablemente el del 28 de marzo del 585 antes de
J. C.). Como matemático estableció varios teoremas de geometría. Como
físico descubrió las propiedades del imán. De su fama de sabio
continuamente absorto en la especulación da testimonio la anécdota referida
por Platón (Teet., 174 e) de que, observando el cielo se cayó en un pozo,
cosa que provocó la risa de una sirvienta tracia. Otra anécdota contada por
Aristóteles (Pol., I, 11, 1259 a) tiende, por el contrario, a destacar su
habilidad como hombre de negocios: previendo una abundantísima cosecha
de aceitunas, arrendó todos los molinos de la comarca y los subarrendó
luego a un precio mucho más alto a sus mismos propietarios. Se trata
probablemente de anécdotas espúreas referidas de Tales más como símbolo
y encarnación del sabio que como persona concreta. Pues la última de ellas
(como observa el propio Aristóteles) trata de demostrar que la ciencia no es
inútil, sino que ordinariamente los científicos no la usan (como podrían)
para enriquecerse.
No parece que haya dejado escritos filosóficos. Debemos a Aristóteles el
conocimiento de su doctrina fundamental (Met., I, 3, 983 b, 20): "Tales
dice que el principio es el agua, por la cual afirmaba también que la tierra se
sostiene sobre el agua; quizá sus razones fueran el ver que el alimento de
todas las cosas es húmedo y que lo cálido se engendra y vive en la humedad;
pues aquello de que todo se engendra es el principio de todo. Por eso siguió
tales conjeturas y también porque las semillas de todas las cosas son de
naturaleza húmeda y el agua es para lo húmedo el principio de su
naturaleza." Aristóteles observa que esta creencia es antiquísima; Homero
ha cantado a Océano y Tetis como principios de la generación. Así pues,
Aristóteles sólo presenta un argumento como propio de Tales: el de que la
tierra se sostiene sobre el agua: el agua es aquí sustancia en el más simple de
los significados, como lo que está debajo (subiectum) y sostiene. El otro
argumento (la generación de lo húmedo) es aducido solo como probable;
quizás es una conjetura de Aristóteles. Tales creía unida al agua una fuerza
activa, vivificante y transformadora: tal vez en este sentido decía que "todo
está lleno de dioses" y que el imán tiene alma porque atrae al hierro.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, historia de la filosofía, Barcelona, HORA S.A, 1994.