lunes, 4 de marzo de 2013

ANAXIMENES



Anaximenes de Mileto, más joven que Anaximandro y quizá discípulo
suyo, floreció hacia el 546-45 y murió hacia el 528-25 (63.a Olimpiada). Al
igual que Tales, reconoce como principio una materia determinada, que es el
aire; pero a esta materia atribuye los caracteres del principio de
Anaximandro: la infinitud y el movimiento perpetuo. También veía en el
aire la fuerza que anima el mundo: "Tal como nuestra alma, que es aire, nos
sostiene, así el soplo y el aire circundan al mundo entero" (fr. 2, Diels). El
mundo es como un gigantesco animal que respira: y su aliento es su vida y
su alma. Del aire nacen todas las cosas que hay, que fueron y que serán,
incluso los dioses y las cosas divinas. El aire es principio de movimiento y de
toda mutación. Anaximenes llega a decirnos incluso de qué modo el aire
determina la transformación de las cosas: se trata del doble proceso de la
rarefacción y de la condensación. Al enrarecerse, el aire se vuelve fuego; al
condensarse se hace viento, después nube y, volviéndose a condensar, agua,
tierra y luego piedra. También el calor y el frío se deben al mismo proceso:
la condensación produce el frío, la rarefacción, el calor.
Como Anaximandro, Anaximenes admite el devenir cíclico del mundo; de
ahí su disolución periódica en el principio originario y su periódica
regeneración a partir del mismo.
Posteriormente la doctrina de Anaximenes fue sostenida por Diógenes de
Apolonia, contemporáneo de Anaxágoras. La acción que Anaxágoras
atribuía a la inteligencia la atribuyó Diógenes al aire, que todo lo penetra y
como alma y soplo (pneuma) crea la vida, el movimiento y el pensamiento
en los animales. Por eso, según Diógenes, el aire es increado, luminoso,
inteligente, lo ordena y domina todo.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.

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