lunes, 11 de marzo de 2013

EMPÉDOCLES



El eleatismo, declarando aparente el mundo del devenir y engañoso el
conocimiento sensible que le concierne, no ha desviado a la filosofía griega
de la investigación naturalista, la cual continúa según la tradición iniciada
por los jonios, pero no puede dejar de tener en cuenta las conclusiones del
eleatismo. La afirmación de que la sustancia del mundo es una sola y ella
sola es el ser, no permite salvar la realidad de los fenómenos y explicarlos. Si
se quiere sostener que el mundo del devenir es real dentro de ciertos límites,
se debe admitir que el principio de la realidad no es único, sino múltiple. En
este camino se sitúan los físicos del siglo V, buscando la explicación del
devenir en la acción de una multiplicidad de elementos, cualitativa o
cuantitativamente diversos.
Empédocles de Agrigento nació hacia el 492 y murió alrededor de los 60
años. Hijo de Metón, que ocupó un puesto importante en el gobierno
democrático de la ciudad, intervino en la vida política y fue al propio
tiempo médico, taumaturgo y hombre de ciencia. El mismo presenta su.
doctrina como un instrumento eficaz para dominar las fuerzas naturales e
incluso para recuperar del Hades la vida de los difuntos (fr. 111, Diels). Su
figura de mago (o de charlatán) está iluminada por las leyendas que se
formaron respecto a su muerte. Sus secuaces dijeron que fue llevado al cielo
durante la noche; sus adversarios, que se había precipitado en el cráter del
Etna para que le creyeran un Dios (Diels, A 16). Empédocles fue, después de
Parménides, el único filósofo griego que expuso en verso sus doctrinas
filosóficas. Su ejemplo no fue seguido en la antigüedad más que por
Lucrecio, quien le dedicó un magnifico elogio (De rer. nat., I, 716 sigs.).
Nos quedan de él fragmentos más abundantes que de cualquier otro filósofo
presocrático, pertenecientes a dos poemas, Sobre la naturaleza y
Purificaciones: el primero es de carácter cosmológico, el segundo es de
carácter teológico y se inspira en el orfismo y en el pitagorismo.
Empédocles es consciente de los límites del conocimiento humano. Los
poderes cognoscitivos del hombre son limitados; el hombre ve sólo una
pequeña parte de una "vida que no es vida" (porque se desvanece pronto) y
conoce solo aquello con que casualmente se encuentra. Pero precisamente
por esto no puede renunciar a ninguno de sus poderes cognoscitivos:
necesita servirse de todos los sentidos y también del intelecto, para ver cada
cosa en su claridad. Al igual que Parménides, Empédocles sostiene que el ser
no puede nacer ni perecer; pero a diferencia de Parménides quiere explicar la
apariencia de! nacimiento y de la muerte y la explica recurriendo a la mezcla
y a la disolución de las cosas mezcladas. El mezclarse de los elementos que
componen las cosas es el nacimiento, su disolverse es la muerte. El ser
inmutable no es, pues, una sustancia única: se compone de elementos, que
son cuatro: fuego, agua, tierra y aire.
El nombre de "elemento" aparece en la terminología filosófica más tarde,
con Platón: Empédocles habla de las "cuatro raíces de todas las cosas".
Estas cuatro raíces están animadas por dos fuerzas opuestas: el Αmor(Φιλια)
que tiende a unirlas y la Discordia u Odio (Νηικος) que tiende a desunirlas.
El Amor y la Discordia son dos fuerzas cósmicas, de naturaleza divina, cuya
acción se sucede en el universo determinando, con su alternancia, las fases
del ciclo cósmico.
Hay una frase en la que domina completamente el Amor y es el Sfero,
en el cual todos los elementos están perfectamente unificados y ligados en la
más completa armonía. Pero en esta fase no hay sol ni tierra ni mar, porque
no hay más que un Todo uniforme, una divinidad que goza de su soledad
(fr. 27, Diels). La acción de la Discordia rompe esta unidad y comienza a
introducir la separación de los elementos. Pero en esta fase, la separación no
es destructiva: hasta cierto punto, determina la formación de las cosas tal
como son en nuestro mundo, el cual es el producto de la acción combinada
de las dos fuerzas y está a medio camino entre el reino del Amor y del Odio.
Al continuar el Odio en su acción, las cosas mismas se disuelven y se
produce el reino del caos: el puro dominio del Odio. Pero entonces, toca de
nuevo al Amor volver a comenzar la reunificación de los elementos: a medio
camino se forma de nuevo el mundo actual, mezclado de odio y de amor
que, por último, retorna al Sfero, desde el cual se reanudará un nuevo
ciclo. Aristóteles observó (Met., I, 4, 985 a, 25) que Empédocles no es
coherente pues admite al mismo tiempo que el Amor una vez cree el mundo
y otra lo destruya; y lo mismo el Odio. Pero Aristóteles hace esta
observación porque identifica el Amor y el Odio respectivamente con el
Bien y con el Mal (Ib., 985 a, 3). En Empédocles no se da esta
identificación. Empédocles está muy lejos de admitir que el Amor, y sólo el
Amor, sea el principio del cosmos: lo mismo que Heráclito, está convencido
de que la división de los elementos, el odio, la lucha, tengan una parte
importante en la constitución del mundo. "Estas dos cosas, escribe él, son
iguales e igualmente originarias y cada una tiene su precio y su carácter,
predominando alternativamente en la sucesión del tiempo.
Los cuatro elementos y las dos fuerzas que les mueven son también la
condición del conocimiento humano. El principio fundamental del
conocimiento es que lo semejante se conoce por lo semejante. "Conocemos
la tierra mediante la tierra, el agua mediante el agua, el éter divino mediante
el éter, el fuego destructor mediante el fuego, el amor mediante el amor y el
odio funesto mediante el odio" (fr. 109). El conocimiento se produce
mediante el encuentro entre el elemento que reside en el hombre y el mismo
elemento fuera del hombre. Los efluvios que provienen de las cosas
producen la sensación cuando se adaptan a los poros de los órganos de Los
sentidos por su tamaño; en caso contrario, permanecen inadvertidos
Empédocles no formula ninguna distinción entre el conocimiento de
los sentidos y el del intelecto; también este último se produce de la misma
manera gracias a un encuentro de los elementos externos con los internos.
En las Purificaciones, Empédocles vuelve a la doctrina órfico-pitagórica de
la metempsícosis. Hay una ley necesaria de justicia que hace expiar a los
hombres, a través de una serie sucesiva de nacimientos y de muertes, los
pecados con que se mancharon (fr. 115). Empédocles presenta esta doctrina
como su destino personal: "Fui un tiempo niño y niña, arbusto y pájaro y
mudo pez del mar" (fr. 117). Y deplora la felicidad de la antigua morada:
"De qué honores, de qué altura de felicidad he caído para errar aquí, por la
tierra, entre los mortales"

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.


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