lunes, 4 de marzo de 2013

ESCUELA JONICA

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La filosofía presocrática está dominada por el problema cosmológico
hasta los sofistas. No excluye al hombre de sus consideraciones; pero ve en
él solamente una parte o un elemento de la naturaleza y no el centro de un
problema específico. Para los presocráticos, los mismos principios que
explican la constitución del mundo físico explican también la del hombre.
Les es ajeno el reconocimiento de los caracteres específicos de la existencia
humana y, por eso, les es ajeno el problema de lo que es el hombre en su
subjetividad como principio autónomo de la investigación. Es tarea de la
filosofía presocrática rastrear y reconocer, más allá de las apariencias múltiples
y continuamente mudables de la naturaleza, la unidad que hace de ésta un
mundo: la única sustancia que constituye su ser, la ley única que regula su
devenir. La sustancia es para los presocráticos la materia de que todas las cosas
se componen; pero es también la fuerza que explica su composición, su
nacimiento y su muerte, su perpetua mutación. Es su principio no sólo en el
sentido de que explica su origen sino también y sobre todo en el sentido de que
hace inteligible y reunifica aquella multiplicidad y mutabilidad de las cosas que
parece, a primera vista, tan rebelde a cualquier consideración unitaria. De ahí
se desprende el carácter activo y dinámico que la naturaleza, la fysis, tiene para
los presocráticos: no es una sustancia inmóvil, sino la sustancia como principio
de acción y de inteligibilidad de todo lo que es múltiple y deviene. De esto
deriva también el llamado hilozoísmo de los presocráticos: la convicción
implícita de que la sustancia corpórea primordial encierra en sí misma una
fuerza que la hace moverse y vivir.
La filosofía presocrática, a pesar de la simplicidad del tema de su
especulación y del grosero materialismo de muchas de sus concepciones, ha
conquistado por primera vez la posibilidad especulativa de concebir la
naturaleza como un mundo y establecido como base de tal posibilidad a la
sustancia, entendida como principio del ser y del devenir. Es un hecho
indudable que esas conquistas se refieren exclusivamente al mundo físico;
pero es igualmente indudable que comportan, al menos implícitamente,
otras tantas conquistas referentes al mundo propio del hombre, su vida
interior. El hombre no puede emprender una indagación del mundo como
objetividad, sin que se le clarifique su subjetividad, el reconocimiento del
mundo como lo otro respecto a uno mismo está condicionado por el
reconocimiento de sí mismo como yo; y viceversa. El hombre no puede ir en
busca de la unidad de los fenómenos externos, si no es sensible al valor de la
unidad de su vida interior y de sus relaciones con los otros hombres. El
hombre no puede reconocer que una sustancia constituya el ser y el
principio de las cosas externas sino en cuanto reconozca también el ser y la
sustancia de su existencia individual y colectiva. La investigación que se
encamina al mundo objetivo está necesariamente conexionada con la del
mundo propio del hombre. Esta conexión resulta clara en Heráclito. Plantea
el problema del mundo físico unificándolo esencialmente con el problema
del yo; y cada conquista en el primero de estos campos le parece
condicionada por la investigación dirigida a sí mismo: "Yo me he indagado a
mí mismo" (fr. 101, Diels). Aparte Heráclito, sin embargo, el problema a
que intencionadamente se dirige la investigación de los presocráticos es el
cosmológico: todo lo que la investigación dirigida a este problema implica
en el hombre y para el hombre queda sin expresar y corresponderá ponerlo
en claro al siguiente período dé la filosofía griega.
Los caracteres de cada filosofía son determinados por la naturaleza de sus
problemas; y no cabe duda de que el problema predominante en la filosofía
presocrática es el cosmológico. La tesis propuesta por ciertos críticos
modernos (en contraposición polémica con la de Zeller sobre el carácter
meramente naturalista de la filosofía presocrática) acerca de la inspiración
mística de tal filosofía, inspiración de la cual procedería su tendencia a
considerar antropomórficamente el universo físico, se funda en afinidades
arbitrarias carentes de base histórica. Por otra parte, esta tesis se origina en
la última fase de la filosofía griega que, por su inspiración religiosa, trata de
fundarse en una sabiduría revelada y garantizada por la tradición; y
precisamente saca de esta fase los testimonios sobre los cuales se funda la
proporción de verosimilitud que posee. Pero es notorio que los
neopitagóricos, neoplatónicos, etc., fabricaban los testimonios que habían
de servir para fundamentar el carácter religioso-tradicional de sus doctrinas.
Es imposible hacer gravitar toda la consideración de la filosofía griega sobre
los presupuestos aceptados por ellos: especialmente cuando el mayor mérito
de los primeros filósofos griegos ha sido el de haber aislado un problema
específico determinado, el del mundo, saliendo de la confusión caótica de
problemas y de exigencias que se entrecruzan en las primeras
manifestaciones filosóficas de los poetas y de los profetas más antiguos. Los
pensadores presocráticos verificaron por primera vez aquella reducción de la
naturaleza a objetividad, que es condición primaria de toda consideración
científica de la naturaleza; reducción que es precisamente lo más opuesto a
la confusión entre la naturaleza y el hombre, propia del misticismo antiguo.
Es un hecho indudable (como se ha dicho) que la investigación naturalista
implica el sentido de la subjetividad espiritual o contribuye a formarlo; mas
este hecho no se debe a una influencia religiosa sobre la filosofía sino que
más bien es inherente al mismo filosofar; es un nexo que los problemas
establecen en la vida misma de los filósofos que los debaten.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Hsitoria de la filosofía, Barcelona, HORA S.A, 1994. 

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