lunes, 11 de marzo de 2013

PROTÁGORAS



Protágoras de Abdera fue el primero que se llamó sofista y maestro de
virtud. Según Platón, que nos presenta su figura en el diálogo intitulado con
su nombre, era mucho más viejo que Sócrates: su florecer se sitúa en el
444-40. Enseñó durante cuarenta años en todas las ciudades de Grecia,
yendo de una a otra. Estuvo repetidas veces en Atenas: pero al fin, habiendo
sido acusado de ateísmo, se vio obligado a abandonar la ciudad. Murro
ahogado a los 70 años, cuando iba a Sicilia. Platón nos ha dejado, en el
diálogo intitulado con su nombre, un retrato vivo, aunque irónico, del
sofista; nos lo presenta como un hombre de mundo lleno de años y de
experiencia, grandilocuente, vanidoso, y en las discusiones más preocupado
por obtener a cualquier coste un éxito personal que por lograr la verdad. La
obra principal de Protágoras, Razonamientos demoledores, se citaba
también con el título Sobre la verdad o sobre el ser. Se atribuye a Protágoras
una obra Sobre los Dioses. Sobre éstos Protágoras no se pronunciaba. El
significado de esta famosa tesis lo explicó por primera vez Platón y su
interpretación ha continuado y continúa siendo vigente. Según Platón,
Protágoras quería decir que "tal como aparece para mí cada cosa, así lo es
para mí y tal como te aparece a ti, así lo es para ti: porque hombre eres tú y
hombre soy yo" (Teet., 152 a); por lo tanto, identificaba apariencia y
sensación afirmando que ambas son siempre verdaderas porque "la sensación
es siempre de la cosa que es" (Ib., 152 c)·. es, se entiende, para este o aquel
hombre. Aristóteles (Met., IV, 1, 1053 a, 31 y ss.) y con él todas las fuentes
antiguas confirman sustancialmente la interpretación platónica. Esta se
corrobora también por las críticas que, según un testimonio de Aristóteles
(Ib., I I I , 2, 997 b, 32 y ss.), dirigía Protágoras a la matemática observando
que ninguna cosa sensible tiene las cualidades que la geometría atribuye a
los entes geométricos y que, por ejemplo, no existe una tangente que toque
a la circunferencia en un solo punto, como quiere la geometría (fr. 7, Diels).
En esta crítica, como es obvio, Protágoras se apoyaba en las apariencias
sensibles para juzgar de la validez de las proposiciones geométricas.
Según el mismo Platón, seguido en esto casi unánimemente por la
tradición posterior, el presupuesto de la doctrina de Protágoras era el mismo
de Heráclito: el fluir incesante de las cosas. El Teetetes platónico contiene
también una teoría de la sensación elaborada sobre este mismo principio: la
sensación sería el encuentro de dos movimientos, el del agente, es decir, del
objeto y el del paciente, o sea, del sujeto: como los dos movimientos,
después del encuentro, continúan, nunca habrá dos sensaciones iguales ni
para diversos hombres ni para el mismo hombre (Teet., 182 a). No sabemos
si esta doctrina pueda referirse a Protágoras: sin embargo, también ella es
una confirmación de la identidad que Protágoras establecía entre apariencia
y sensación. Por lo tanto, es bastante claro que el mundo de la doxa (o sea,
de la opinión) que cabalmente comprende las apariencias sensibles y todas
las creencias que se fundan en ellas, lo acepta Protágoras tal como se
presenta; pero él, como los demás sofistas, se niega a proceder más allá de
este mundo de la opinión y a instituir una investigación que de algún modo
lo trascienda. Su mundo es el mundo de las tareas humanas en el cual tanto
Protágoras como todos los sofistas intentan moverse y permanecer. El
agnosticismo religioso de Protágoras es una consecuencia inmediata de esta
limitación de su interés a la esfera de la experiencia humana. "De los dioses
—decía Protágoras— no llego a saber ni si son ni si no son ni cuáles son, pues
hay muchas cosas que impiden saberlo: no sólo la oscuridad del problema
sino la brevedad de la vida humana" (fr. 4, Diels). La "oscuridad" de que
habla aquí Protágoras consiste probablemente en el hecho de que lo divino
trasciende la esfera de aquellas experiencias humanas a las cuales, según
Protágoras, se limita el saber.
Sin embargo, todas estas explicaciones no son suficientes para
comprender el alcance del principio protagórico. El interés de Protágoras,
como el de todos los sofistas, no es puramente gnoseológico-teorético. Los
problemas que lleva Protágoras en su corazón son los de los tribunales, los
de la vida política y los de la educación: es decir, los problemas de la vida
asociada que surgen en el interior de los grupos humanos o en las relaciones
entre los grupos. El hombre que ellos toman en consideración es ciertamente
el individuo (y no, como quería Gomperz, el hombre en general o la
naturaleza humana); pero no el individuo aislado, encerrado en sí mismo
como una mónada, sino el individuo que vive junto con otros y que tiene,
que estar adaptado o adaptarse para afrontar los problemas de esta
convivencia. Por consiguiente, sería arbitrario restringir el principio de
Protágoras a la relación entre el hombre y las cosas naturales: es mucho más
correcto entenderlo en su significación más amplia, como comprendiendo
todo tipo de objeto sobre el que vierta una relación interhumana, incluidos
los objetos que se denominan bienes o valores. En el mismo sentido literal
de la palabra χρεμαγα usada por Protágoras, los bienes y los valores se
incluyen en el mismo título de los cuerpos o de las cualidades de los
cuerpos. Desde este punto de vista, el hombre no es sólo la medida de las
cosas que se perciben, sino asimismo la del bien, la de lo justo y la de lo
bello. No hay duda que Protágoras consideraba que incluso tales valores son
diversos de individuo a individuo porque aparecen como tales, y que
también en este campo todas las opiniones son igualmente verdaderas. En la
enérgica defensa que el propio Sócrates hace de Protágoras a mitad del
Teetetes, se dice claramente "que las cosas que en cada ciudad parecen
justas y bellas, lo son tales para ella mientras las considere como tales"
(Teet., 167 c); y esta es una tesis que puede estar ya comprendida en el
principio de que el hombre es medida de todo. Como veremos, los sofistas
insistían gustosos en la diversidad y heterogeneidad de los valores que rigen
la convivencia humana. Un escrito anónimo, Razonamientos domes
(compuesto probablemente en la primera mitad del siglo IV), que se
propone demostrar que las mismas cosas pueden ser buenas y malas,
hermosas y feas, justas e injustas, lo presenta su autor como una Suma de la
enseñanza tomista: "Razonamientos dobles (así comienza el escrito) sobre
el bien y el mal defendidos en Grecia por los que se ocupan de filosofía"
(Diels, 90, 1 [1]). Puede ser que el autor de este escrito siguiese más cerca la
trayectoria de un sofista determinado (por ejemplo, de Gorgias, como
sostienen algunos especialistas); pero es difícil suponer que no pretendiera
también referirse a Protágoras, de quien sabemos que escribió un libro
titulado Antilogias (Diels, 80, fr. 5). La segunda parte del escrito tiene
especial interés, pues contiene la exposición de lo que hoy se llama el
"relativismo cultural", es decir, el reconocimiento de la disparidad de los
valores que presiden las diversas civilizaciones humanas. He aquí algunos
ejemplos: "Los macedonios consideran bello que las muchachas sean amadas
y se acuesten con un hombre antes de casarse, y feo después de que se hayan
casado; para los griegos es feo tanto lo uno como lo otro... Los masagetas
hacen pedazos los (cadáveres de los) progenitores y se los comen
considerando como una tumba bellísima quedar sepultados en sus propios
hijos; pero si alguno hiciera esto en Grecia sería rechazado y condenado a
morir cubierto de oprobio por haber cometido un acto feo y terrible. Los
persas consideran bello que los hombres se adornen al igual que las mujeres
y que se unan con la hija, la madre o la hermana; en cambio, los griegos
consideran feas e inmorales tales acciones, etc." (Diels, 90, 2 [12]; [14];
[15]). El autor del escrito concluye su ejemplificación diciendo que "si
alguno ordenase a todos los hombres reunir en un solo lugar todas las leyes
(νομον) consideradas como feas y elegir luego las que cada uno considere
como bellas, no quedaría ni una de ellas, sino que todos se lo repartirían
todo" (Diels, 2, 18). Consideraciones de esta índole no son fenómenos
aislados en el mundo griego sino que se dan con frecuencia en el ambiente
sofístico. Según testimonio de Jenofonte, (Mem., IV, 20), Hipias negaba que
la prohibición del incesto fuese ley natural desde el momento que algunos
pueblos la transgredían. La oposición entre naturaleza y ley, propia de
Hipias y de otros sofistas (§ 27) no era sino una consecuencia de la
conciencia relativista que dichos sofistas tenían de los valores vigentes en las
distintas civilizaciones humanas. Por ultimo, hay que recordar a este
propósito que Herodoto, que ciertamente tuvo relación con el ambiente
sofista y compartió a su manera la tendencia iluminista, después de haber
narrado, refiriéndola a los indios callatas, la costumbre de algunos pueblos
de dar sepultura a sus padres en su estómago y de haber comparado la
repugnancia de los griegos hacia esta costumbre con la de aquellos indios
hacia la costumbre de los griegos de quemar a sus muertos, concluía con una
afirmación típica del relativismo de los valores: "Si se propusiese a todos los
hombres, decía, elegir entre las diversas leyes y se les invitase a tomar la
mejor, cada uno, después de haber reflexionado, elegiría la de su país: y es
que las propias leyes le parecen a cada uno las mejores, pero con mucho." Y
terminaba su relato comentando: "Así son estas leyes hereditarias y creo
que Píndaro lo ha dicho bien en sus versos que 'la ley es reina de todas las
cosas" (Hist. III, 38).
Cuando se tiene presente, en la interpretación del principio de Protágoras,
la totalidad del ambiente sofístico (que, por otra parte, el mismo Protágoras
contribuyó eficazmente a formar), parece obvio que el principio se refiere a
todas las opiniones humanas, incluidas las concernientes a los valores (lo
bello, lo justo, lo bueno) y no sólo las que se refieren a las cualidades
sensibles o a las mismas cosas. Pero la heterogeneidad y la equivalencia de las
opiniones no significa su inmutabilidad: según Protágoras, las opiniones
humanas son modificables y en realidad se modifican y se corrigen; todo el
sistema político-educativo que constituye una comunidad humana (πόλιζ)
está ordenado precisamente a obtener oportunas modificaciones en las
opiniones de los hombres. ¿En qué sentido se producen estas
modificaciones? Ciertamente, no en el sentido de la verdad, porque desde el
punto de vista de la verdad todas las opiniones son equivalentes. Se
producen y se orientan en el sentido de la utilidad privada o pública. Esta es
la tesis que se mantiene en la defensa que el propio Sócrates hace de
Protágoras en el Teetetes (166 a, 168 c). Y en el Protágoras se dice: "Como
se comportan los maestros con los escolares que todavía no saben escribir,
trazando ellos mismos las letras de muestra y obligándoles a calcar y copiar
la muestra, de la misma manera la comunidad (πόλιζ) haciendo valer las
leyes excogitadas por los grandes legisladores antiguos, obliga a los
ciudadanos a seguirlas tanto en el ordenar como en el obedecer y castiga a
quien se aparta de ellas" (Prot., 326 d). En esta misma posibilidad de
rectificación de las opiniones humanas en el sentido de la utilidad privada y
pública, se inserta, según la defensa del Teetetes, la obra del sabio que se
hace maestro de cada uno de los particulares y de las ciudades "haciendo
aparecer justas las cosas buenas en lugar de las malas". En este sentido, la
obra del sabio (o sofista) es perfectamente semejante a la del médico o a la
del agricultor: transforma en buena una disposición mala, hace pasar a los
hombres de una opinión dañosa para cada uno y para la comunidad a una
opinión útil, prescindiendo por completo de la verdad o falsedad de las
opiniones que, bajo este aspecto, son para él todas iguales (Teet., 167 c-d).
Por eso Protágoras se presentaba como maestro, no de ciencia, sino de
"agudeza en los negocios públicos y privados" (Prot., 318 e); por eso
profesaba la enseñabilidad de la virtud, es decir, la modificabilidad de las
opiniones en el sentido de lo útil; y por eso se consideraba (y era
considerado) digno de ser recompensado con dinero por su obra educadora.
Nada hay, pues, en todo lo que sabemos de la doctrina de Protágoras, que
deje presumir que él atribuyese carácter absoluto a las formas que la utilidad
adopta en la vida pública o privada del hombre. Ciertamente que, según
Protágoras, "toda la vida del hombre necesita de orden y de adaptación"
(Prot., 326, b). Zeus entregó a los hombres el arte de la política, fundada en
el respeto y en la justicia, para que los hombres dejaran de destruirse
mutuamente y pudieran vivir en comunidad (Ib., 322 c). Pero ni el arte de la
política es una ciencia ni el respeto y la justicia son objeto de ciencia, según
Protágoras. "Respeto y justicia" son en el mito, lo mismo que "orden y
adaptación" son fuera del mito: pueden asumir innumerables formas. En la
misma República de Platón, el concepto de justicia se introduce y defiende
como condición de cualquier convivencia humana, de cualquier actividad
que los hombres tengan que desarrollar en común, incluida hasta la de una
banda de ladrones y bandidos (Rep., 351 c); por algo un testimonio antiguo
hace depender la República de Platón de las Antilogias de Protágoras (fr. 5,
Diels). Seguro que Platón no se detuvo en este concepto formal de justicia:
todo el cuerpo de la República se encamina a limitarlo y definirlo
haciéndolo objeto de ciencia y absolutizándolo de esta manera. Mas para
Protágoras, el concepto de justicia conserva su carácter formal y, por lo
tanto, su fluidez: lo que significa que para Protágoras la justicia misma, o
sea, el orden y la acomodación recíproca de los hombres, obtenibles
mediante la rectificación que las leyes y la educación imponen a sus distintas
opiniones, puede asumir formas diversas, que la perspicacia y la ingeniosidad
humana pueden descubrir o hacer valer en las diferentes comunidades
humanas.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.








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