lunes, 11 de marzo de 2013

ESCUELA SOFISTA


Desde la mitad del siglo V hasta fines del IV, Atenas es el centro de la
cultura griega. La victoria contra los persas abre el período más florido de la
potencia ateniense. La ordenación democrática hacía posible la
participación de los ciudadanos en la vida política y hacía preciosas las dotes
oratorias que permiten obtener el éxito. Los sofistas vinieron a satisfacer la
necesidad de una cultura adaptada a la educación política de las clases
dirigentes. La palabra sofista no tiene ningún significado filosófico
determinado y no indica una escuela. Originariamente significó solamente
sabio y se empleaba para indicar a los Siete Sabios, a Pitágoras y a cuantos se
distinguían en cualquier actividad teorética o práctica. En el período y en
las condiciones que hemos indicado, el término asume un significado
específico: eran sofistas los que hacían profesión de sabiduría y la
enseñaban mediante remuneración. El puesto de la sofística en la historia de
la filosofía no presenta por esto ninguna analogía con el de las escuelas
filosóficas anteriores o contemporáneas. Los sofistas influyeron en realidad
potentemente sobre el curso de la investigación filosófica, pero esto
aconteció de manera por completo independiente de su intención, que no
era teorética, sino sólo práctico-educativa. Los sofistas no pueden
relacionarse con las investigaciones especulativas de los filósofos jonios, sino
con la tradición educativa de los poetas, como se había desarrollado
ininterrumpidamente de Homero a Hesíodo, a Solón y a Píndaro, todos los
cuales dirigieron su reflexión hacia el hombre, hacia la virtud y hacia su
destino y sacaron de tales reflexiones consejos y enseñanzas. Los sofistas no
ignoran éste su origen ideal, ya que son los primeros exégetas de las obras de
los poetas y vinculan a ellos su enseñanza. Así Pitágoras, en el diálogo
homónimo de Platón, expone su doctrina sobre la virtud del comentario de
unos versos de Simónides.
Los sofistas fueron los primeros que reconocieron claramente el valor
formativo del saber y elaboraron el concepto de cultura (παιδεία), que no es
suma de nociones, ni tampoco el solo proceso de su adquisición, sino
formación del hombre en su ser concreto, como miembro de un pueblo o de
un ambiente social. Los sofistas fueron, pues, maestros de cultura. Pero la
cultura que constituía el objeto de su enseñanza era la que resultaba útil a la
clase dirigente de las ciudades en que impartían su magisterio: por eso era
pagada. Para que su enseñanza fuese no sólo permitida, sino buscada y
recompensada, los sofistas debían inspirarla en los valores propios de las
comunidades en donde la exponían, eludiendo críticas e investigaciones que
chocaran con tales valores. Por otro lado, precisamente por esta situación,
podían darse cuenta muy bien de la diversidad o heterogeneidad de tales
valores; lo cual quiere también decir de su limitación. Los sofistas podían
ver que, de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, muchos de los valores
sobre los que se afianza la vida del hombre, experimentan variaciones
radicales y resultan inconmensurables entre sí. La naturaleza relativista de
sus tesis teóricas no es más que la expresión de una condición fundamental
de su enseñanza. Por otro lado, ellos se consideran "sabios" en el sentido
antiguo y tradicional del término: es decir, en el sentido de hacer a los
hombres hábiles en sus tareas, aptos para vivir juntos, capaces de salir airosos
en las competiciones civiles. Verdad es que, en este aspecto, no todos los
sofistas manifiestan, en su personalidad, las mismas características.
Protágoras reivindicaba para los sabios y para los buenos oradores la tarea de
guiar y aconsejar lo mejor a las mismas comunidades humanas (Teet., 167
c). Otros sofistas ponían su obra expresamente al servicio de los más
poderosos o de los más astutos. En todo caso, el interés de los sofistas se
limitaba a la esfera de las actividades humanas y la misma filosofía era
considerada por ellos como un instrumento para moverse sagazmente en
dicha esfera. En el Georgias platónico, Calicles, discípulo de los sofistas,
afirma que la filosofía se estudia únicamente "para la propia educación" y
que por esto es conveniente a la edad juvenil, pero se vuelve inútil y dañosa
cuando se cultiva más allá de este límite, ya que impide al hombre volverse
experto en los negocios públicos y en los privados y en general en todo lo
que concierne a la naturaleza humana (484 c-485 d).
Por este mismo motivo, el objeto de la enseñanza sofística se limitaba a
disciplinas formales, como la retórica o la gramática, o a diversas nociones
brillantes pero carentes de solidez científica, que podían ser de utilidad para
la carrera de un abogado o de un hombre político. Su creación fundamental
fue la retórica, o sea, el arte de persuadir, independientemente de la validez
de las razones aducidas. Los sofistas afirmaban la independencia y
omnipotencia de la retórica: la independencia de todo valor absoluto
cognoscitivo o moral; la omnipotencia respecto a todo fin que alcanzar. Pero
por la exigencia misma de este arte, el nombre pasa a primer plano en la
atención de los sofistas; se le considera no ya como una parte de la
naturaleza o del ser, sino en sus caracteres específicos: de tal manera que, si
la primera fase de la filosofía griega había sido predominantemente
cosmológica u ontológica, con los sofistas se inicia una fase antropológica.

BIBLIOGRAFIA
ABBAGNANO, Nicolas, Historia de la filosofía, Barcelona, HORAS S.A, 1994.

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